Con la llegada de Juan Guaidó a Miami culmina de manera definitiva el despliegue de la estrategia de «máxima presión» facturada desde Washington.

Con el compromiso de unas veinte cancillerías –que reconocían a Guaidó como «presidente interino»– de participar y no sabotear un evento que buscaba desactivar el cerco financiero sobre Venezuela, la cumbre de Bogotá dio la estocada final al enfoque rupturista sobre Venezuela del que el exdiputado era el máximo exponente.

La presencia de Guaidó en Bogotá buscaba sabotear el evento. Era su última oportunidad de revivir y por ello se lanzó lo que en el béisbol se llama un «squeeze play», una jugada suicida de robo del home tras un sacrificio. Pero nadie se sacrificó por él y terminó en un ‘out’ fácil.

Guaidó, quien trató de reanimar el espíritu del Grupo de Lima, se encontró con un escenario muy diferente en la Colombia de Petro: ningún actor político de los que le reconocieron como presidente simpatizaron con su movimiento hacia Bogotá.

Su llegada solitaria a Miami, sin recibimiento de comitiva oficial alguna, ni de los senadores republicanos que tanto le apoyaron, ni de la migración venezolana de Florida, ni de su «embajador» o su «canciller», da cuenta del fracaso terminal que habita su figura política.

¿Habrá llegado el definitivo fin del trumpismo sobre Venezuela? Eso lo sabremos con el desarrollo posterior de la Conferencia Internacional de Bogotá.

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