Homar Garcés

Nos desenvolvemos en medio de una sociedad del entretenimiento y del consumo inducidos por el sistema capitalista, la cual convierte a muchos en individuos narcisistas y materialistas, con escaso (o nulo) apego a valores que entrañen un sentido de comunidad o de solidaridad. Con el impacto exponencial de las llamadas inteligencias artificiales estaríamos adentrándonos en un mundo dominado, contradictoriamente, por la ignorancia y por los prejuicios, algo similar al periodo medieval europeo cuando las monarquías y la iglesia católica le imponían a sus súbditos criterios indiscutibles y se les prohibía pensar con cabeza propia. Las inteligencias artificiales -manipuladas por los grandes capitalistas- contribuirán a afianzar dicha «cultura». La realidad virtual ha creado una ficción de libertad que, de un modo general, es aprovechada, por ejemplo, por quienes difunden mensajes de odio, apelando al derecho que les asiste a la libre expresión. La socialización y la amplitud de criterios que redundarían en la creación de canales de interconexión entre personas y grupos ubicados en puntos distintos del orbe quedó restringida a la difusión de mensajes banales, sin que se admita espacio alguno a la diversidad ni a la libertad del pensamiento. La nueva tendencia que se ha generado en internet es la impuesta por los que son identificados como lectores y editores sensibles, censurando lo que, en su opinión, representan elementos ofensivos, aún cuando estén incluidos en obras artísticas, literarias y cinematográficas reconocidas y producidas en el pasado.

El entramado invisible que se ha creado (contando con nuestra participación inconsciente y, en algunos casos, resignada) apenas ha merecido reflexiones críticas de parte de analistas y profesionales de las ciencias sociales y, de ser conocidas, son pasadas por alto por quienes se hallan inmersos en ella; facilitando el «trabajo» y las millonarias ganancias de aquellos que lo controlan. Los diferentes avances tecnológicos producidos en computación, telecomunicaciones e informática han contribuido a uniformar la opinión pública en muchas áreas de la vida social, sobre todo, en lo político, sin que se dé espacio a la disidencia o a argumentos que no compaginen con lo habitualmente aceptado. Pocos intuyen en ello una amenaza o un peligro para la libertad humana y, más aún, más aún, para la variedad cultural que nos caracteriza como humanidad, al modo de las distopías imaginadas por Aldous Huxley en «Un mundo feliz », George Orwell en «1984», Alan Moore en «V, de Vendetta» o Ray Bradbury en «Farenheit 451», en las cuales se perfila el dominio de una minoría totalitaria, apoyada en la ciencia y la tecnología, que anula el libre albedrío de las personas. Precisamente, Aldous Huxley expresaría que «las personas llegarán a amar su opresión, a adorar las tecnologías que deshacen su capacidad de pensar». Siendo algo factible, la creatividad humana se vería afectada enormemente sólo con que se pulsen algunos botones.

Esta distopía cognitiva limitaría la complejidad intelectual humana a la emisión y la recepción de mensajes simples, sin mucha trascendencia, lo que -ahora- es algo común en las redes sociales, gran parte de ellas con normas «comunitarias» que sólo responden al interés particular de sus dueños y no a la visión multi-diversa y compartida de sus usuarios. Otra realidad que se extrae de ella, es que las grandes corporaciones que controlan el internet son las que perciben ingresos cuantiosos que superan a los obtenidos en conjunto por los sectores industriales y financieros de la economía mundial. Pero esto quizá no causaría mayor alarma si nada más se tratara de dinero porque esa es la lógica capitalista. Lo que advierten muchos analistas y expertos (varios de ellos ex empleados de alto rango de estas grandes corporaciones), es el control que ya se ejerce sobre el comportamiento y la opinión de segmentos importantes de la población mundial, como se ha comprobado durante los procesos electorales de algunos países, más visiblemente en Estados Unidos con Barack Obama y Donald Trump en su ruta a la Casa Blanca, con Mauricio Macri en Argentina o con la rusofobia a propósito de la guerra en Ucrania. Otro tanto ocurrió con la censura al personaje de Looney Tunes, el zorrillo francés Pepe Le Pew, al señalársele de fomentar la “cultura de la violación”, exigiéndose, en consecuencia, su supresión del cine y la televisión.

En relación con este tema, en su artículo «La Inteligencia Artificial, ¿el nuevo oráculo que le dirá al ser humano cómo vivir?», Juan Pablo Carrillo Hernández formula algunas interrogantes de interés para todos: «¿Es posible confiar en el desarrollo de una empresa inserta de lleno en la mentalidad dominante de nuestra época, no preocupada, particularmente, por la emancipación de la consciencia o del entendimiento humanos? ¿Cómo esperar que una así llamada “inteligencia artificial” se convierta en el vehículo o recurso de la razón, de la formación consciente de una postura o de la elaboración de un saber, si desde su origen está diseñada para nada más que reproducir la información más popular o más autorizada sobre un tema?». Los marcos de referencia informativos que suelen citarse para blindar algún punto de vista no son los más imparciales que se requieren para conocer, con exactitud, los porqué de los acontecimientos que, de una u otra manera, afectan nuestras vidas. Lo que resulta aún más peligroso si ésta obedece a una estrategia con fines militares, como las diseñadas por el Pentágono y sus subordinados de la OTAN desde hace mucho tiempo. Las grandes potencias agrupadas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte tienen previsto «sembrar modos de pensar» que «abaratarían» los costos de futuras guerras e influirían en el comportamiento político de sus víctimas u objetivos para desestabilizar los gobiernos considerados como enemigos. Bajo tal orientación, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos, mejor conocida por su acrónimo DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency), está a cargo del desarrollo de tecnologías avanzadas para uso militar. Esto incluye la puesta en funcionamiento, entre otras cosas, de un prototipo de satélite espacial espía de nueva generación y la capacidad de acceso a Internet mediante Wi-Fi en cualquier lugar de la Tierra, lo que servirá, según un comunicado oficial de la Fuerza Aérea estadounidense, para «destruir, negar, degradar, interrumpir, engañar, corromper o usurpar a los adversarios que tienen la capacidad de usar el dominio del ciberespacio en su propio beneficio». En otras palabras, se trata de activar lo que, previamente, se ha preparado comunicacionalmente, de manera que los individuos respondan a los estímulos emitidos (lo que los expertos llaman razonamiento motivado o sesgo de confirmación), de acuerdo con sus creencias, sus convicciones o, más sencillamente, sus prejuicios; dando así crédito a las informaciones que reciben y en las cuales confían.

El resultado anticipado de todo esto es la generación de un nihilismo pasivo, lo cual acarrearía delegar nuestro poder de decisión en algoritmos operados por los grandes magnates del capital global a fin de incrementar su hegemonía ideológica. La convivencia con la inteligencia artificial supone, entonces, entablar una lucha de resistencia de nuevo tipo, comprendiendo que ésta sería utilizada para perfeccionar el proceso de neocolonización y dependencia que sufren los países periféricos del capitalismo global. Algunas voces ya han propuesto medidas para la mitigación de riesgos respecto al uso y desarrollo de la inteligencia artificial, lo mismo respecto a los grupos de presión, ya que no solo lesionaría la privacidad y el nivel intelectual de la gente que tiene acceso a internet sino que repercutiría en una posible profundización de la hegemonía capitalista, mermando la libertad y la democracia de la mayoría, independientemente de cuál sea su origen, cultura, condición socioeconómica o filiación religiosa o política.

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