Por Rafael García

El tema de los prejuicios, es sin duda una pequeña forma de ocultar otras formas de antivalores y predisposición hacia comportamientos humanos que en el tiempo acumulamos buscando respuesta rápida a una consecuencia o a un determinado accionar constante de la cultura social.
Es común ver cuál ha sido la vertiente de factores racistas o étnicos dentro de la sociedad. La enarbolada bandera filosófica aristotélica del zoom politikom, crearon en la historia humana, elementos para prejuzgar a la raza negra y hoy día, tales elementos se han expandido a los aborígenes indígenas y a las características físicas del fenotipo de algunas otras etnias como los indios, asiáticos o latinoamericanos originarios.
El mundo no ha abandonado estas formas del prejuicio hacia determinados aspectos físicos de las personas.
La cultura del blanco ha prevalecido aún cuando pareciera que se ha apaciguado. Hay muchas verdades que no lo son en este aspecto.
José Ingenieros, (escritor Italoargentino) ha sido duramente criticado por erigir temas algunas veces liberadores de esta conciencia clasista y por otra parte ataca vehementemente a la clase social menos pudiente económicamente, atribuyéndole características físicas propias y hasta elementos de flaqueza en la toma de decisiones.
Alejandro Dumas, autor de la clásica obra “El Conde de Montecristo”, fue duramente atacado por los prejuicios sociales de la época, dada su ascendencia africana de su padre. Cuenta en algunos de sus anécdotas, que un día en una fiesta de gala en el Paris clasista, fue abordado por uno de los invitados quien le increpó sobre ese origen, pero dada la destreza y manejo inteligente del escritor, cuando le interrogaron sobre su padre respondió que si, que era negro africano, a lo que nuevamente fue increpado sobre el antecesor de éste y sagazmente respondió que si, que también era un feroz negro y que provenían del mono, aduciendo que su generación comenzaba a partir de cuando comenzaba la del interlocutor del interrogatorio. De esta forma, Dumas dejaba claro, que estos prejuicios de la época se debían a esa condición de la cultura humana de generar un juicio erróneo ante la inteligencia de quien puede ser evidentemente más ágil o que haya osado traspasar un círculo social labrando su propio camino. Quizás algo de eso inspiró al autor, sobre esa gran lucha que denota en su Conde de Montecristo.
Hoy, comúnmente escuchamos hablar de un vocablo anglosajón de moda, como lo es el “bulling”; el cual no es sino una forma especializada del prejuicio.
Ante esta avasallante realidad, somos cómplices de esta modalidad que tampoco es nueva en nuestra sociedad venezolana. Ese humor criollo muchas veces arraigado, dista mucho de lo que en países europeos o en América del Norte, ha venido siendo aplicado.
Este sentir venezolano es propio en las chanzas que desde niños venimos compartiendo desde la escuela. Este concepto extrapolado por los filmes de Hollywood, a través de su mediática; se enfilan al tratamiento de un tema que parece nuevo pero que no lo es.
El venezolano tiene chispa, es ocurrente y ante ataques incluso desde niño, pues sabe defenderse. Recordemos el famoso “nos vemos afuera” que implicaba una reyerta típica en la escuela. Allí se imponía el respeto ante una forma de agresividad verbal; pero también existe el comportamiento inteligente de esa chispa criolla para eludir o dejar sin efecto esos argumentos del “alzao “.
Que ha pasado? Porque ahora nuestros niños no son capaces de
esgrimir esa chispa y saldar esos pequeños ataques como una nueva fórmula de solución en el
juego.
Hoy día, hemos querido como padres, suspender esas iniciativas y formas sencillas de
que nuestros niños aprendan a ser independientes, que logren resolver sus problemas. Que sean capaces de enervar su chispa.
Nosotros como padres hemos usurpado hasta sus tareas de la escuela.
Vemos niños presentando proyectos educativos fuera de su
verdadero ingenio, simples creaciones de sus padres en el ánimo de una vanidad que prejuzga lo bueno de la infancia. Hemos venido cercenando esa libertad con la que hacíamos los furrucos, o cuando le cambiábamos las puntas a los trompos.
La usurpación de la infancia ha generado niños retraídos y más indefensos. Niños que requieren de un máximo de proteccionismo y confort.
Lo que trato de resaltar, no es que no le debamos atención a nuestros niños; obviamente nuestra primera directriz es dejar que sean niños; lo que trato de analizar es que cada vez que los hagamos más dependientes de nuestras decisiones, tendremos malacrianza sin respeto, sin valores, y lo peor, sin esa identidad venezolana que nos ha caracterizado en el tiempo.
Con profunda preocupación vemos la transformación de esos niños y niñas en adolescentes que nos les interesa ni el estudio ni la lectura; jóvenes que repiten canciones que no entienden y cuyas letras no dicen nada inteligente y menos aún productivas. Vemos adolescentes desdoblados ante una realidad de un país que no ofrece la opulencia sino a un pequeño sector enchufado.
Este desenfreno por los anti valores y deformación del sentir venezolano, llama a la reflexión.
Los prejuzgamientos van determinando aspectos que se idealizan en la cultura del famoso “sueño americano “, que insólitamente ha sido atribuido a los estadounidenses. El sueño americano ya lo había establecido Don Andres Bello, Don Simon Rodríguez transmitido en esencia al gran diseñador de ese sueño que fue nuestro Libertador Bolivar. La unión latinoamericana sin los signos de la pobreza con la que se nos ha convertido en ese afán de un destino que no hemos sabido establecer.
El sueño del prejuzgamiento sin razonamiento cada día se patentiza ante la realidad de las redes sociales, encargadas de transmitir la falta de identidad nacional y la pérdida principal de idea política y social.
Muchos son los quebrantos que tienen su razón en la destruccion del pasado reciente, pero que aún estamos a tiempo de ser recuperado.
Comencemos por avizorar a nuestros niños y niñas en esa dimensión de buenos ciudadanos; para ello, solo se necesita respetar la ley.

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