Dicen los manuales clásicos de la economía que crecimiento económico es el resultado en términos monetarios de la totalidad de la producción, cuantificada en el período de un año dentro de un territorio determinado. En breves palabras, crecimiento económico es la producción convertida en dinero, es decir, es un instrumento contable de cuyo monto final se desprenden otros indicadores, siempre en función de cuantificar, repito, al dinero con el que se mueven las distintas actividades de la economía, un dinero por cierto que de entrada ya tiene a unos propietarios claros y definidos. Es una herramienta capitalista por excelencia. Por eso a la economía de mercado le encanta tanto usarla, y es su sofisma más favorito a la hora de pontificar al espejismo de sus supuestas bondades. Ojo, y no hablemos si a la economía financiera (que es el nombre más elegante con el que se reúnen y operan las pandillas de especuladores globales que azotan al mundo) le gusta el crecimiento económico, pues incurriríamos en un pleonasmo, al asociar con dos nombres distintos a una misma cosa. En fin, crecimiento económico es la cuenta a fin de año de un dinero ajeno.

Pero si al crecimiento económico le levantas las enaguas para observarle bien a las partes pudendas que oculta, le mirarás a su otra cara: la horrorosa y brutal explotación en sí y per se en que consiste. Cuando el crecimiento económico pasa de la economía financiera (donde quiebra a países, a empresas y a personas, al tiempo que enriquece a un minúsculo puñado de plutócratas en millonésimas de segundos) a la economía real, la acumulación de un alto volumen de dinero (ajeno, lo reitero) sólo se materializa mediante el achatamiento de los costos y la extinción de los salarios. El crecimiento económico a parte de ser la expresión contable de la producción en términos monetarios, es el reino sacrosanto de los precios altos especulativos y de las ganancias astronómicas: es el capitalismo en su máxima expresión.

El crecimiento económico no es, por lo tanto, una vía para llegar al socialismo. Es la vía más expedita con que el capitalismo remacha y ahonda a sus más crueles e injustas desigualdades sociales. Pedirle a la clase trabajadora que defienda al crecimiento económico como la panacea de su redención, equivale a pedirle que se desclase y que renuncie a sus más caros sueños y a su propia historia, como aquel sujeto social y colectivo que reniega a transformarse a sí mismo por sus propios medios. El crecimiento económico es el paraíso burgués de los patrones, donde si los trabajadores entran, si se les deja entrar, será sólo en condición de sirvientes.

Juan Ramón Guzmán
Acarigua, 14 de enero de 2023 – 1:23 p.m.

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