Los historiadores y analistas estadounidenses sacaron una categoría para Trump que rara vez se ha utilizado para describir a alguien de la derecha en 75 años. Tomando nota de la retórica de Trump, lo apodaron aislacionista, como algunos de los conservadores que se opusieron a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, las recientes medidas de Trump demuestran los límites de ese apodo. ¿Anexionarse Canadá? ¿Apoderarse de Groenlandia? ¿Exigir la posesión del Canal de Panamá? ¿Cómo podrían cuadrar esas amenazas de apoderarse de territorio extranjero con el aislacionismo?

Resulta que hay una parte de la historia poco estudiada que proporciona una nueva manera de entender sus instintos. Oculta a plena vista en los papeles polvorientos y en las colecciones de los estadounidenses de derechas, existe una forma totalmente nueva de pensar sobre la política exterior de Trump. Es un “soberanista”.

 

La política soberanista estadounidense se originó hace más de 100 años, en el momento de profunda crisis de 1919,  Las naciones se vieron sacudidas por la recesión mundial y la migración que siguió a la finalización de la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, se derrumbaron imperios y surgieron o florecieron nuevos movimientos nacionalistas, con el resultado de que algunos Estados murieron y nacieron otros totalmente nuevos.

 

En medio de este dramático cambio surgió la propuesta de una nueva forma de gobierno supranacional: la Sociedad de las Naciones. A medida que diplomáticos elaboraban las directrices, se suscitaba un intenso debate sobre la finalidad de los Estados nación y la soberanía. Los defensores del comercio y la migración globales, los movimientos de independencia colonial, los internacionalistas negros, los socialistas, los comunistas y los cristianos liberales aplaudieron la llegada del gobierno mundial, en el que muchos encontraban la promesa de la autodeterminación, el derecho público internacional y el nacionalismo. Pero muchos despreciaron la idea y ahí están los orígenes del movimiento soberanista estadounidense, y de sus herederos modernos. En 1919, un grupo de senadores conocidos como los “irreconciliables” bloquearon la adhesión de Estados Unidos a la Sociedad de las Naciones.  En sus palabras, sustituiría la Constitución por un gobierno mundial, menoscabaría la historia y la cultura únicas de Estados Unidos y permitiría que Estados incivilizados, no blancos y no cristianos ejercieran poder sobre sus ciudadanos. El bienestar de la Nación se ha subordinado al Internacionalismo”, dijo Louis Coolidge, aliado del senador Henry Cabot Lodge, crítico de la Sociedad dijo: “Nuestro credo” “es mantener vivo el fuego de la nacionalidad”.  En la década de 1930, ayudaron a liderar el movimiento America First (Estados Unidos primero), que se oponía a la entrada en la Segunda Guerra Mundial del lado de los Aliados. Lejos del aislacionismo, los soberanistas defendieron abiertamente el antiinternacionalismo de los fascistas, apoyaron la rebelión nacionalista del general Francisco Franco en España y aceptaron —incluso vitorearon— a los regímenes de la Alemania nazi y la Italia fascista que se burlaron de la Sociedad de las Naciones, la cual se desmoronaba.

 

Tras la Segunda Guerra Mundial, los soberanistas emprendieron una prolongada batalla contra las Naciones Unidas. En la década de 1950, los antiinternacionalista, como la Sociedad John Birch,  se resistieron a la participación estadounidense en el Tribunal Internacional, al que apodaron Tribunal Mundial; en la Organización del Tratado del Atlántico Norte; y en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, precursor de la Organización Mundial del Comercio; considerando a todas esas organizaciones como amenazas para el gobierno estadounidense. En su opinión, los pactos y organismos de la ONU socavaban la autoridad civilizadora de las naciones blancas y cristianas al ofrecer la afiliación e influencia a comunistas, asiáticos y africanos.

Más tarde, muchos lucharon contra las sanciones internacionales impuestas al “pequeño y valiente país” de Rodesia, compararon su lucha por preservar el dominio blanco con la lucha estadounidense por la independencia. Los soberanistas lideraron la movilización contra la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, que flexibilizaba la inmigración por primera vez desde 1925.

Aquí entra en escena el Canal de Panamá.

En las décadas de 1950 y 1960, los panameños empezaron a invocar los estatutos de la ONU y las normas del Tribunal Internacional sobre territorios en disputa para desafiar la autoridad de Estados Unidos sobre el Canal y conseguir el apoyo de la ONU para transferirlo a Panamá. Los soberanistas lo calificaron de complot para robar un territorio estadounidense que era, en palabras de la Liga Patrick Henry de Nueva York, “nuestro, tan nuestro como la cúpula del Capitolio y el himno nacional”.

En la década de 1980, el movimiento soberanista defendió a Sudáfrica frente a las sanciones de la ONU y presionó con éxito a Reagan, entonces presidente, para que se retirara de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que promovía la paz y los derechos humanos a través de la cultura y la educación. Cuando terminó la Guerra Fría, su cruzada cobró aún más relevancia. El internacionalismo era el único juego en la ciudad: el “Nuevo Orden Mundial”, como lo llamaron el presidente George Bush y otros. Estados Unidos persiguió acuerdos comerciales multilaterales, forjó un nuevo consenso neoliberal y comprometió a su ejército en la guerra de Somalia y, más tarde, en los Balcanes.

 

“Las organizaciones y acuerdos internacionales que erosionan nuestra Constitución, el Estado de derecho o la soberanía popular no deben reformarse”, explica el Proyecto 2025. “Deben abandonarse”. Fundación Heritage.

 

Los soberanistas más enérgicos dicen abiertamente que exigirán la retirada de la ONU, si es necesario. Ya se oponen a muchos pactos y convenciones propuestos, incluido el Pacto para el Futuro de la ONU, que aborda el cambio climático y la desigualdad. El gobierno de Trump inició la retirada de la Organización Mundial de la Salud y ha dado pasos hacia una casi prohibición de la inmigración. Es probable que debilite a la Unión Europea, debilite a la OTAN y se oponga a acuerdos comerciales multinacionales como el renovado TLCAN. Y tratará de recuperar una especie de control del hemisferio occidental como en la época de la Doctrina Monroe, pase lo que pase con el Canal.

 

El hecho de que Trump adopte una política soberanista solo envalentonará a regímenes similares de todo el mundo. El Brexit fue un presagio de otras posibles salidas en la Unión Europea y otras Alianzas, como el permanente saboteo a Mercosur.  Lo que nos quedaría es un periodo revuelto para las relaciones internacionales y menos regido por  los modos de funcionamiento que duraron desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hace solo unos años. La hora de los BRICS ha llegado. El legado de Bolívar es nuestra defensa en América Latina.