“Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana; y de la primera no estoy tan seguro”
Albert Einstein.
Combinar dos frases célebres del físico alemán, nos sirve para advertirnos e ilustrarnos, sobre las inmensas acciones de nosotros, como seres humanos, en contra de nosotros mismos. La estupidez humana y nuestra incapacidad para resolver problemas con la misma mentalidad que los creó.
El “COBOT” es la encarnación perfecta de ambas: lo celebramos como progreso mientras ignoramos que profundiza la crisis que pretendía resolver.
Un eufemismo ronda los pasillos corporativos: «COBOT», Suena amigable, colaborativo, casi humano. Pero detrás de este término encantador se esconde una realidad menos piadosa: la sustitución progresiva e imparable de trabajadores humanos por sistemas automatizados.
Las grandes empresas capitalistas dentro de la economía de los estados unidos, empezando por Amazon y extendiéndose a Walmart y otras, han iniciado una carrera silenciosa hacia la automatización total que amenaza con reconfigurar nuestro contrato social fundamental.
Amazon, segundo empleador en Estados Unidos, se ha convertido en el laboratorio perfecto para observar esta transformación. La compañía ha desplegado más de 750.000 robots móviles en sus centros a nivel global. Los defensores argumentan que estos sistemas liberan a los trabajadores de tareas peligrosas o repetitivas, pero la realidad muestra que cada robot instalado reduce la necesidad de mano de obra humana. En el estado de Louisiana, la empresa logró recortar costos en un 25% mediante implementación robótica masiva. Las cifras hablan por sí solas: eficiencia versus empleo.
El fenómeno no se limita a Amazon. Walmart, como principal generador de empleos en el país, inevitablemente seguirá el mismo camino. En el capitalismo contemporáneo, no automatizar significa quedarse atrás. La competencia por la eficiencia crea un efecto en cascada, que ninguna empresa puede ignorar. Estudios diversos sugieren que para 2030, aproximadamente, la mitad de las tareas en profesiones de oficina podrían ser automatizadas y por tanto sustituidas. Esto ya no afecta sólo a trabajos manuales; la inteligencia artificial avanza hacia labores cognitivas que antes considerábamos exclusivamente humanas.
La experiencia venezolana con trabajos de entrenamiento de IA revela otra dimensión del problema. Muchos compatriotas encontraron ingresos temporales etiquetando datos para algoritmos, pero estos empleos esclavizantes suelen presentar significativa desigualdad de poder entre empleador y trabajador. La autonomía se erosiona, los entornos laborales se precarizan por ausencia de normativa legal y el futuro se vuelve incierto.
Aquí surge la paradoja fundamental del capitalismo automatizado: el sistema depende de trabajadores que consuman, pero elimina sistemáticamente la capacidad de ingresos para el consumo de esos mismos trabajadores. La dinámica tradicional de trabajar-producir-consumir-gastar se rompe cuando el eslabón del trabajo desaparece. ¿Quién comprará los productos que las fábricas automatizadas producen si el desempleo estructural reduce drásticamente el poder adquisitivo?
Algunos miran hacia China como ejemplo de aplicación masiva de tecnología para crecimiento social. Sin embargo, su modelo combina elementos de capitalismo estatal con controles sociales, que difícilmente podrían trasplantarse a sociedades esencialmente capitalistas. La pregunta sigue sin respuesta clara: ¿cómo mantener la estabilidad social, cuando el trabajo humano deja de ser el principal medio de subsistencia?
Visualicemos por un momento un escenario futuro: un enjambre de drones surca los cielos realizando entregas automatizadas. Estos dispositivos, propiedad de conglomerados tecnológicos, transportan productos hacia hogares donde, irónicamente, pocos tienen empleos estables que justifiquen tales consumos. La escena se torna más dramática cuando imaginamos a una población precarizada, armada con palos, persiguiendo estos “COBOTs” no por vandalismo sino por desesperación económica, intentando interceptar mercancías que ya no pueden adquirir mediante trabajo formal.
Esta imagen, aparentemente exagerada, encapsula la contradicción fundamental hacia la cual nos dirigimos: tecnología cada vez más sofisticada, coexistiendo con creciente precariedad humana. El » COBOT «, presentado como amigo y colaborador, podría terminar siendo el instrumento que evidencie las fallas estructurales de un sistema que prioriza la eficiencia sobre el bienestar colectivo.
El verdadero desafío que enfrentamos no es tecnológico sino ético. La capacidad de producir más con menos esfuerzo humano, podría ser una bendición para la humanidad, si logramos diseñar sistemas económicos que aseguren distribución equitativa de los frutos de esta transformación. Desafortunadamente, todo indica que avanzamos hacia sociedades fracturadas entre una minoría propietaria de la tecnología y concentradoras de capital y una mayoría desconectada de los medios básicos y elementales de subsistencia.
La automatización en sí misma no es el problema. El dilema reside en si tendremos la sabiduría colectiva para reorientar el progreso tecnológico hacia el bien común, o si permitiremos que profundice las desigualdades hasta puntos de no retorno. El futuro del trabajo humano pende de un hilo, y ese hilo se desprende día a día de la madeja del progreso deshumanizante.
La próxima vez que escuches el término » COBOT «, recuerda que detrás de esa denominación amable se esconde una transformación radical que podría dejar a millones fuera del sistema económico. El verdadero test de inteligencia artificial no será técnico, sino social: ¿podremos construir una sociedad donde la tecnología sirva al humano y no al revés?
Ojalá nos vaya bien.
Sean felices que es gratis.
Paz y bien.
Jose Gregorio Palencia Colmenares
Escritor, poeta, productor digital,conferencista, articulista de medios.