Homar Garcés / Maestro Ambulante
El conflicto inducido por el imperialismo gringo y sus subalternos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte entre Ucrania y Rusia, a pesar que apunta al desgaste militar, económico y político ruso (en búsqueda de controlar tan vasta región estratégica, así como sus recursos minerales), podrá verse como un punto de partida para hacer lo propio respecto al coloso asiático que es China, algo nada improbable en vista que en su geografía cercana se hallan Taiwan y Japón, dos aliados con los que cuentan aquellos del lado del océano Pacífico, a quienes dan la garantía de defenderlos, incluso apelando al uso de su arsenal nuclear; anticipando una destrucción de grandes proporciones. Teniendo esto como fondo, definir el estado de situación del imperialismo resulta, para quien se ubique en el lado de la Revolución, un asunto de primer orden. En una primera instancia, habría que revisar cuánto de los aportes teóricos históricos sobre este tema mantiene su vigencia. Luego está el hecho cierto que el imperialismo ya no se expresa únicamente por la vía de las armas u ordenando golpes de Estado, de lo cual nuestra América tiene un extenso historial. Ahora practica otros métodos con la misma finalidad: subordinar las soberanías nacionales a su influjo y normas. Sin embargo, el surgimiento de un mundo multipolar, con Rusia y China convertidas en indiscutibles potencias económicas rivales de Estados Unidos, requiere de algo más que una simple definición de lo que es y representa el imperialismo. Asociado a ello, debe considerarse el impacto causado por el capitalismo neoliberal en las diversas naciones donde actúa; sin que tal nomenclatura sea una exclusividad de Estados Unidos o Europa occidental, lo que podría aplicarse, con sus variantes, a China y Rusia. Así, la situación de guerra creada en Ucrania podría responder a estas dos realidades más que a una simple defensa de la soberanía de este país o de quienes se identifican cultural y étnicamente con los rusos. Hay que ver, en principio, un choque de potencias en que, cada una a su modo, buscan prevalecer en el escenario mundial. Y esto, en último caso, se relaciona con el afán capitalista de controlar territorios, mercados y economías, al igual que sucediera durante las primeras décadas del siglo pasado, desencandenándose los dos conocidos grandes conflictos bélicos que sacudieron a la humanidad de entonces.
La mistificación del imperialismo yanqui como paladín de las causas justas alrededor del mundo es tan similar a la creada por la cinematografía en torno a sus héroes metahumanos, defendiendo a la Tierra de cualquier agresión, dominación e intento de destrucción de parte de invasores alienígenas que, cosa curiosa, no arriban a otro lugar que no sea europeo o estadounidense, reafirmando lo impuesto ya por la modernidad hegemónica, es decir, la ideología eurocentrista y colonialista que los presenta como los únicos seres humanos civilizados de este mundo. Esto repercute, de una u otra manera, en la percepción que se pueda tener en relación con lo que ocurre en aquella lejana región de Europa, respaldando sin mucha base a uno u otro contendiente. Unos porque consideran que ya debiera cesar, por completo, el papel de gendarme mundial ejercido por voluntad propia por Estados Unidos; favoreciendo el establecimiento de un mundo multipolar y/o multicéntrico. Otros porque recuerdan a Rusia como el núcleo principal de lo que fuera la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, intimidados por un comunismo que nunca existió; lo que se hace extensivo a todo régimen (como el de Venezuela) que se identifique con dicha alternativa, así sea de una forma meramente nominal.
Según lo referido por Boaventura de Sousa Santos en uno de sus más recientes análisis, a propósito del enfrentamiento ruso-ucraniano, «la dinámica del imperialismo estadounidense parece imparable, siempre alimentada por la creencia de que la destrucción que provoca o incita tendrá lugar lejos de sus fronteras protegidas por dos vastos océanos. Por lo tanto, tienen un desprecio casi genético por otros pueblos. Estados Unidos siempre dice que interviene por el bien de la democracia y sólo deja destrucción y dictadura o caos tras su paso». El sistema de alianzas subalternas que logró establecer Estados Unidos por más de cincuenta años está siendo sometido a prueba frente a Rusia, lo que también podría suceder frente a China y, en un caso hipotético, frente a Venezuela, el mayor aliado de ambas potencias en lo que corresponde al territorio de nuestra América. Las medidas comerciales, tecnológicas y monetarias, a las que se agregan las militares, están creando más problemas que soluciones. En tal sentido, los últimos gobiernos gringos dejan asomar sin disimulo sus planes de activar un ataque militar contra Venezuela, lo que es secundado por sus subalternos de la derecha opositora, en la esperanza de contar con un suministro seguro y exclusivo de hidrocarburos y todo mineral estratégico que se halle en el subsuelo venezolano; una amenaza potencial que luciría cuesta arriba, en vista de la correlación de fuerzas existente ahora con algunos gobiernos, entre éstos los de Brasil y Colombia, aparentemente alejados de la órbita estadounidense. Sin embargo, se tiene a Guyana como el peón apropiado en este ajedrez geopolítico, azuzando a su gobierno para que se desconozca por completo los protocolos establecidos para determinar la soberanía sobre el territorio del Esequibo, en cuya plataforma marítima se hallan empresas estadounidenses explotando gas y petróleo, a pesar de la protesta venezolana; lo que detonaría un conflicto armado entre estas dos naciones.
Debido al empeño de los jerarcas políticos y militares gringos y europeos en atizar más el fuego entre Rusia y Ucrania, no resulta inverosímil que los vientos de guerra se propaguen a otras regiones de vital interés económico y geopolítico para Estados Unidos y sus fuerzas auxiliares de la OTAN. En los últimos años, el Pentágono (por medio del Comando Sur de EE. UU.) ha intensificado el nivel de intervención agresiva de Washington con el establecimiento de bases y ejercicios militares en distintos lugares de este continente; lo mismo que Francia e Inglaterra, ésta última al sur de las islas Malvinas, usurpadas a la República Argentina. La hipótesis de guerra que esto supone recuerda lo sucedido durante el inicio de las dos conflagraciones mundiales que tuvieron lugar en el siglo XX, de lo cual no estuvo ausente Venezuela por sus yacimientos petroleros. Cuando en la actualidad el imperialismo yanqui busca asegurar su hegemonía continental, enfrentando en una guerra asimétrica al gobierno chavista, tal hipótesis de guerra no deja de tener algún fundamento real, sino inmediato sí de una forma que no se debe descartar; lo que exige mantener una claridad de criterios respecto a los móviles de las guerras trazadas por el complejo industrial-militar que controla el poder en Estado Unidos y su brazo ejecutor, la OTAN, y no dejarse guiar simplemente por la propaganda difundida a través de todos los medios.
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