
Este sábado 15 de marzo, a partir de las 2 de la tarde, se llevarán a cabo más de 40 mil asambleas en todo el país, en las que participarán miembros del PSUV y del Gran Polo Patriótico Simón Bolívar, así como cualquier ciudadano que desee involucrarse en el proceso de selección de los candidatos que representarán a la revolución en las próximas elecciones del 25 de mayo. Estos comicios definirán los cargos de gobernadores, diputados a la Asamblea Nacional y diputados a los consejos legislativos regionales. Sin embargo, más allá del proceso democrático que se promueve, lo que parece estar ganando terreno es un entorno tóxico de chismes, sancadillas, rumores y envidia, que no solo distrae, sino que también debilita el espíritu revolucionario.
Como en un mercado de barrio, los operadores políticos han comenzado a tejer una red de rumores y especulaciones. Se habla de supuestas sanciones, de comentarios atribuidos a figuras como Diosdado Cabello, o de las supuestas «arrecheras» de Delcy Rodríguez hacia tal o cual persona. Estos rumores, que en muchos casos carecen de fundamento, se han convertido en una herramienta de desestabilización interna, utilizada por aquellos que buscan ascender a costa de desprestigiar a otros. Es un juego sucio que, lejos de fortalecer la revolución, la divide y la debilita.
Este comportamiento no es nuevo, pero sí es preocupante. En lugar de centrarse en los logros y desafíos de la revolución, algunos dirigentes y aspirantes a cargos públicos se dedican a sembrar cizaña, a malponer a sus compañeros y a buscar el poder a través de la intriga. En el estado Portuguesa, por ejemplo, se han visto casos en los que individuos viajan a Caracas con el único propósito de desacreditar a funcionarios que han trabajado arduamente por sus comunidades. No importa lo que hayan hecho por el pueblo; lo que importa es llegar al poder, aunque sea a costa de chismes y sanacadillas.
Este entorno tóxico no solo es contraproducente para la revolución, sino que también refleja una falta de madurez política. En lugar de fomentar la participación activa y consciente del pueblo, lo que se promueve es un clima de desconfianza y división. Y lo peor es que, en muchos casos, estos rumores y chismes son alimentados por aquellos que deberían estar trabajando para fortalecer la unidad revolucionaria.
Ante esta situación, es necesario plantearse una reflexión profunda. La revolución no puede permitirse el lujo de seguir siendo víctima de estos comportamientos tóxicos. Es urgente barrer el ecosistema dirigencial y establecer nuevas normas que garanticen una mayor participación del partido en la selección de los candidatos. Si un alcalde falla, no es solo su responsabilidad, sino también la del partido que lo respaldó. Si un alcalde tiene éxito, ese éxito debe ser compartido por el partido y por la revolución en su conjunto. No se trata de proteger a los «inmaculados de la política», sino de construir un sistema en el que todos asuman su responsabilidad y trabajen en beneficio del pueblo.
Pero más allá de las normas y los mecanismos de control, lo que realmente se necesita es un cambio de mentalidad. Los revolucionarios deben entender que el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio para servir al pueblo. La envidia, los chismes y las sanacadillas no tienen cabida en un proyecto que busca la justicia social y la igualdad. Aquellos que insisten en utilizar estas prácticas no solo están traicionando los principios de la revolución, sino que también están demostrando que no están a la altura de los desafíos que enfrenta el país.
Este sábado 15 de marzo no solo será una oportunidad para elegir a los candidatos que representarán a la revolución en las próximas elecciones, sino también para reflexionar sobre el tipo de dirigentes que queremos. ¿Queremos líderes que se dediquen a sembrar rumores y a desacreditar a sus compañeros? ¿O queremos líderes comprometidos con el pueblo, capaces de trabajar en equipo y de asumir sus responsabilidades con honestidad y humildad? La respuesta a esta pregunta no solo definirá el futuro de la revolución, sino también el futuro de Venezuela.
𝗘́𝗱𝗴𝗮𝗿 𝗔𝗹𝗲𝘅𝗮́𝗻𝗱𝗲𝗿 𝗠𝗼𝗿𝗮𝗹𝗲𝘀
