Iván Colmenares

         En comillas el título porque eso le pertenece a uno de los grandes poetas de la humanidad, el chileno Pablo Neruda, quien estuvo en Portuguesa en la década de los 60, en tiempos tumultuosos, pero he aquí la diferencia, compartió con el gobernador de entonces, el siempre bien recordado Pablo Herrera Campíns, en la hacienda de Argimiro Gabaldón en Santo Cristo. El poeta, comunista, el médico y político, independiente demócrata.

         Juro que no creí jamás que este servidor iba a llegar al séptimo piso, desde aquel momento, en que mi madre se había hartado de mangos en casa de mi bisabuela, doña Emilia Abdenour de Gacelt, Mamabella, como le decíamos porque tenía un rostro precioso. Pasó corriendo mi morena guanariteña, por donde su vecina, Luz Noguera, y ella creía que tenía un dolor de barriga, hasta que Mamaluz, al darse cuenta, le grita por la empalizada, “tú lo que vas es a parir, Erlinda”. Y a golpe de ocho de la noche, asistido por doña Griselda de La Riva, nació éste que aún está aquí, agradecido de la vida, su pueblo y su familia, aunque a veces, sienta que tiene rota el alma.

         Sembré un árbol, escribí un libro y tuve hijas. Dicen que así uno cumple su breve tránsito por esta tierra. Tuve unos padres extraordinarios, una familia extraordinaria y una esposa extraordinaria. Por eso, me siento afortunado y por el afecto de muchísima gente, incluso de muchos adversarios de la arena política. Otros que recuerdan los efectos de lo que comenzó como una aventura y se convirtió en ejercicio de vocación, compromiso y servicio de una generación de relevo, con el pueblo que escogió un camino democrático por el cambio, en la primera experiencia de alianza regional. Pero que creo que cumplimos, en apenas cuatro años y medio, lo ofrecido.

         Mi admirado tío Santiago Betancourt siempre decía que había que pisar la tierra donde uno nació. Uno le pertenece y ella debe sentir que se le ama y se le agradece. Dice Neruda: “Pienso que el hombre debe vivir en su patria y creo que el desarraigo de los seres humanos es una frustración que de alguna manera u otra entorpece la claridad del alma. Yo no puedo vivir sino en mi propia tierra, no puedo vivir sin poner los pies, las manos y el oído en ella, sin sentir la circulación de sus aguas y de sus sombras, sin sentir cómo mis raíces buscan en su légamo las sustancias maternas”. Todo lo que soy, lo que sido y seré, se lo debo a esta tierra donde nací, esa que en mi primera campaña electoral en 1989, me recibió guanareño y me graduó de portugueseño. He sido su vocero en la radio, en los medios y en las tribunas. He sido su concejal, su gobernador y su diputado nacional. Me ha acompañado en muchas de mis acciones y a veces, me ha castigado con su indiferencia. Pero, insisto, sin ese aire, sin ese impulso, sin ese saludo, si en ese te quiero, no podría seguir luchando, aunque en algunas ocasiones me sientan, equivocado.

         Dicen que la política no deja amigos y eso no es verdad. Si eres transparente al menos, cosechas una legión, si acompañas la palabra empeñada con su cumplimiento o por lo menos, haces el esfuerzo para lograrlo, tendrás su reconocimiento. Y si sabes que en la política no hay delfines, entiendes que cada quien escoge el camino que cree conveniente. Eso sí, sin odios, sin resentimientos, ni facturas. Yo cargué ese peso, pero esa experiencia y esa paz interior, te lo va dando la edad. Puedo decir que caminé entre los grandes en una época de construcción democrática. Que han sido mis maestros: Teodoro, Pompeyo y Argelia Laya. Que aprendí a admirar a Betancourt, Caldera y Luis Herrera. Que en los libros he aprendido mucho y que me han dado lecciones de vida. Creo aún, en las posibilidades de un país para todos, con el propósito del progreso, el bienestar y la paz, en una administración “libre, enérgica, inmediata y capaz de conocer los verdaderos intereses del país que gobierna” como pedía el padre Unda en el Congreso originario de 1811, para derribar las antiguallas que se oponían a la libertad.

         Creo aún en la capacidad de nuestra dirigencia de superar sus errores, porque de los fracasos, nace la victoria y que ella esté a la altura del reto que significa gobernar un país que entra al siglo XXI con más de veinte años de atraso, en esa fatal tradición venezolana: al siglo 19 entramos con la Independencia y al 20, con la caída de Juan Vicente Gómez, pero a pesar de sus atajos, encontró la civilidad, la paz y el progreso, después de 1958.

         Bueno, aquí estoy con 70 años a cuestas, pero con el mismo ímpetu, la misma voluntad de hace casi 50 cuando me inscribieron en el MAS. Aquí estoy, como dice en pedantería musical, José Alfredo Jiménez “con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero” o como afirma, el Premio Nobel de Chile: “con la conciencia tranquila y la inteligencia intranquila”, al servicio del pueblo que me parió y me hizo su dirigente. Eternamente agradecido.

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