Escucha nuestra señal en vivo

En el álbum familiar de una ciudad que cumple años, entre las páginas desgastadas del tiempo, permanece la estampa imborrable de un hombre que fue leyenda. Don Marcos Meleán, el último «hombre de revólver», fue mucho más que un personaje; fue el vivo reflejo de una era de elegancia y carácter que se esfuma en el recuerdo de la vieja Acarigua.

 

La Elegancia Hecha Leyenda

 

Nacido en los albores del siglo XX, un 5 de julio de 1907 en la tierra de Agua Blanca, Marcos Meleán encarnó el espíritu de una Venezuela criolla. Su figura, un compendio de virilidad y porte señorial, lo convirtió en el coleador célebre que hacía suspirar a las fanáticas en los años 30. Tal fue su magnetismo, que en la década siguiente su imagen, ataviada con el inconfundible liquiliqui y rodeado de la belleza local, se eternizó en un afiche publicitario de una cerveza nacional, capturando para siempre el ideal de una época.

 

El Fiscal de la Plaza Bolívar: Un Último Bastión

 

Con el paso de los años, la leyenda se transformó en una institución familiar. Hasta mediados de los ochenta, los acarigüeños que transitaban por el corazón de la ciudad podían encontrar a don Marcos en la Plaza Bolívar. Allí, con una voz altisonante que se imponía al bullicio, desempeñaba su rol como ‘fiscal’ de la ya desaparecida empresa de autobuses “Amaral”.

Era la estampa de un orden que se desvanecía: un caballero de otro tiempo, dirigiendo el tráfico con la autoridad que le confería, no solo el cargo, sino el revólver al cinto, guardado en su visible cartuchera de cuero negro. Era el último vínculo con una era de «hombres de revólver», un título que no hablaba de violencia, sino de un código de honor y respeto ya extinto.

 

Legado sobre el Alcor y en el Asfalto

 

Su memoria cabalga en dos direcciones. Por un lado, galopa sobre el lomo de su corcel “El León de la Selva” en las polvorientas mangas de antaño. Por el otro, su nombre permanece inscrito en su Agua Blanca natal, donde la manga de coleo lleva su nombre, un tributo reinaugurado en 2008 para que las nuevas generaciones no olviden la cuna de un gigante.

Esta fotografía, capturada en 1985 por Klaus Oprescko frente a su casa en el centro de Acarigua, es más que un retrato. Es un portal. En ella, el acreditado coleador posa con la dignidad de quien sabe que es el custodio de un mundo que se apaga. Mirarlo hoy es evocar el eco de los motores de los Amaral, oler el aroma de la Acarigua de antes y recordar que, entre el cemento que crece, alguna vez cabalgó un hombre llamado Marcos Meleán, el último caballero de una ciudad que se niega a olvidar.

Comunícate con Portuguesa al Día