El ajetreo nunca cesa, no hay descanso posible, en estás montañas de cafetales siempre hay algo por lo
se moviliza nuestra gente. De nuevo se ven bajar los campesinos a hacer sus compras y vender sus
productos. Anteriormente, las mulas eran amarradas bajo la arboleda que mi papá y el vecino de
enfrente cedían para el reposo de las bestias mientras sus dueños iban al pueblo a comprar lo que en el
caserío no podían adquirir.

Ahora los caballos de hierro se unen a la algarabía de quienes bajan o de los que ya regresan a sus casas.
Los «peos» de mulas fueron sustituidos por los resonadores de la motos que dejan su estela al subir el
repechón que los acerca a sus montañas querendonas. Las motocicletas son el transporte ideal en estos
tiempos de escases de combustible. La gente se prepara para las nuevas tareas. Definitivamente el
mundo campesino es un mundo movido. Las «rozas» y «las chaguas» ya están listas aguardando las
primeras lluvias, para chicora en mano disponerse a sembrar el maíz para los jojotos y las caraotas que
garantizan el guisao.

Las bolsas ya están llenas del sustrato y algunas chapolas ya crecen en los viveros que lucen verdecitos
aguardando el tamaño ideal para la siembra definitiva. Viveros de café, de cacao, algunas lechozas y
otras plantas frutales son el resultado de esta actividad agrícola. Todo esto se produce sin el más
mínimo apoyo gubernamental, todo es a pulmón limpio del campesino que sabe a qué atenerse ante
unos gobernantes indolentes y ocupados en otros menesteres distintos a la agricultura. Para todo
gobierno indolente la agricultura no pasa de ser una pequeña actividad.

Más tarde llegarán los funcionarios a tomarse las fotos en estos sembradíos para ganarse la indulgencia
usando un escapulario que no le pertenece. Cómo quien dice, unos sudan la camisa y otros son quienes
le cacarean el trabajo.

Son dos mundos distintos, mientras las redes sociales y noticieros explotan con el «affaire» del momento
que implica el desmadre de un desfalco que se convierte en el más grande provocado a los bienes del
Estado, que en definitiva son los bienes de todos. Mientras esa monstruosidad paraliza el mundo político,
el espacio nuestro, la vida campesina sigue su transitar sin atender a esas situaciones que solo traen
pesar en nuestra gente. La agricultura nuestra es sin ayuda y sin ningún apoyo, pero con el coraje y
voluntad que le imprime el campesino a cada tarea que emprende diariamente. Cuánto pudo haberse
hecho con el dinero del desfalco para convertir a este país en una referencia agrícola mundial. No me
atrevo ni siquiera a pensarlo.

Habiéndome ausentado unos días del conuco, retorne a mis labores que frecuento realizar en aquel
pedazo de tierra que mi padre había dejado como testimonio de su estadía por acá por estos lugares. La
verdad es que al llegar comencé a notar de nuevo aquella rutina que se hace tan frecuente del paso de
los hermanos campesinos subiendo o bajando de aquella prodigiosa montaña. Por allí pasan todos y los
saludos se entrecruzan entre la calma del campo y agarabia de los grupos humanos que frecuentan
transitar por allí.

Pese a los avatares de la vida nos da, ante un mundo convulsionado por la escases de valores y aumento
de la corrupción tan desmedida. Lejos de ese trajinar que nos dibujan las noticias diarias, el campo
continua su habitual dinamismo que nos recrea un mundo donde los campesinos andan resolviendo
siempre sus asuntos entre las dificultades del momento.

La falta de insumos, la ausencia de financiamiento o cualquier otro apoyo, son la vida común de
nuestros campos. Nada se ve venir y nada llagará más allá de las promesas en un año donde las
elecciones vuelven a copar el escenario diario. La agricultura vive porque nuestros campesinos la
sostienen a pesar de todos los pesares.

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