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Homar Garcés

Refiriéndose a la confrontación militar librada entre Israel, Irán y Estados Unidos en 2025, el conocido intelectual venezolano Luis Britto García escribió en uno de sus artículos: «Los chiflados saben cómo detener la máquina, pero no lo hacen esperando que el adversario se acobarde y acepte ser destruido antes de la aniquilación de todos. Ésta es la lógica que nos gobierna».  El objetivo central de tal lógica es crear pánico colectivo a escala planetaria, haciendo ver a todos los países que ninguno de ellos podrá escapar a la clásica y cínica dominación del imperialismo yanqui, en lo que llamaríamos coerción y chantaje, rompiendo descaradamente con todo respeto al derecho internacional, incluido el de la autodeterminación de los pueblos; cuestión que ya había ocurrido en el siglo pasado, pero que en éste se ha hecho una norma, en prevención de una mayor y definitiva descomposición y descontrol de la hegemonía hasta ahora ejercida. Citando el análisis realizado por el Comandante Ernesto Che Guevara, titulado «Cuba y el plan Kennedy», éste determinó que «Estados Unidos, si no podía destruirnos de inmediato, tenía que tratar de aislarnos primero para destruirnos después».  Con la excusa recurrente de «defender» su seguridad nacional, (actualmente bajo el camuflaje de una lucha contra el narcotráfico internacional) Estados Unidos ha confrontado, mediante un intervencionismo apenas desembozado, todos los procesos emancipadores surgidos en cada país de África, de Asia y, muy especialmente, de nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina, usurpando y lesionando sus soberanías; envueltos en el marco de una histeria anticomunista que, en la mayoría de los casos, no tiene razón de ser. No son casos aislados o coyunturales. Son parte de un conflicto sistémico, multifrontal y prolongado, en cuyo desarrollo se combinan sanciones económicas, narrativas mediáticas basadas en el engaño, sabotajes de infraestructuras estratégicas, operaciones encubiertas para influir en resultados electorales y, en casos extremos, llevar a cabo asesinatos de políticos, dirigentes sociales y militares de alto perfil; además de las presiones en el ámbito diplomático, imponiendo vetos y resoluciones en la Organización de las Naciones Unidas y otros organismos multilaterales.

Luego del histórico tropiezo de Cristóbal Colón y su flota con tierras de lo que sería denominado más tarde el continente americano, las diferentes oleadas de  conquistadores provenientes de la vieja Europa medieval impusieron formas coloniales de jerarquía, exclusión y diferenciación racial y social que, de una u otra manera, continúan perdurando hasta el día de hoy; lo cual hace más viable la afinidad ideológica de quienes conforman la cúpula dominante nacional con aquellos que la integran a escala internacional, básicamente de Estados Unidos, enlazados por los mismos intereses de dominio, en especial los de carácter político y económico, afectando negativamente la vida de las mayorías. Desde aquella época, las cosas no han variado mucho. En el presente, se ha presentado, cual hongo, un proceso de deshumanización discursiva que allana la vía para que se produzcan hechos de violencia física y verbal, persecución, encarcelamiento y hasta asesinatos (individuales y masivos) que ha terminado por ser legitimado desde el poder constituido, invocándose razones que se creían arcaicas y, por consiguiente, sepultadas en el pasado.

Para los colonizadores europeos fue una actividad fundamental borrar y tergiversar el dilatado transcurso de la época prehispánica, imponiendo a sangre y fuego sus intereses y valores. Hablando de la colonialidad, Danilo Asis Clímaco expone que «negarles la humanidad a los pueblos del territorio americano fue condición indispensable para legitimar el grado de violencia sobre ellos perpetrado. Su pronta clasificación mediante la categoría supraétnica de “indios” apuntaba al mismo tiempo a su distinción radical frente a los conquistadores, así como a la indistinción entre pueblos que habitaban un territorio de 42.549.000 km² y albergaban formas de vida inconmensurables entre sí». Igual clasificación sufrirían los africanos secuestrados una vez esclavizados. Sobre esta clasificación social y racial fueron configuradas las relaciones de poder que encumbraron a los europeos -en adelante identificados como Occidente- como los únicos con la capacidad de gestar historia en todo el planeta Tierra y, por consiguiente, los únicos predestinados a regir los pueblos que lo habitan, así como a explotar en su beneficio particular las diversas riquezas que estos posean. Al hablar de «la colonialidad del poder», Aníbal Quijano detalló la totalidad de las relaciones de conflicto/dominación/explotación que, desde entonces, caracteriza la historia común de nuestros países, sin ser ajenas, aún con sus especificidades, a las existentes en África y Asia.

Si nos referimos a las aspiraciones transformacionales registradas en la historia política, económica, intelectual y cultural de nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina, hallaremos puntos de origen que coinciden, con sus lógicas variaciones, con las del resto del mundo. Y no es simplemente una casualidad. En consecuencia, existe un patrón global de poder que se halla enfrentado a las aspiraciones transformacionales del Sur global, obstaculizándole a sus naciones equipararse con su desarrollo económico, tecnológico y científico, con el corolario cultural y militar; en igual o mayor medida que los de la Unión Europea y de Estados Unidos. En la óptica eurocéntrica (llevada a su máxima expresión por el imperialismo yankee) a dichas naciones no les asistiría el derecho de la autodeterminación sino bajo su tutela, directa e indirecta, con las instituciones políticas y culturales modeladas según las suyas y una economía dependiente en todo sentido, incapaz, además, de alcanzar un desarrollo pleno.

La represión ideológica e institucional y el uso ilimitado de la fuerza militar/policial serán siempre los recursos más habitualmente utilizados para contener las ansias emancipatorias de nuestros pueblos. Es algo que, a imitación del gobierno del presidente Donald Trump, han acentuado los gobiernos de esta parte del continente americano, siendo los casos más destacados los de Nayib Bukele en El Salvador, de Daniel Noboa en Ecuador, y de Javier Milei en Argentina; alineados sumisa y desvergonzadamente a Washington. Hay una tendencia que responde a una estrategia diseñada desde Estados Unidos para hacerle creer a nuestros pueblos que no es preciso plantearse ninguna revolución ni cambio sino contar con un gobierno fuerte, que garantice la seguridad de todos, combatiendo a la delincuencia en todas sus formas, y que asegure la inversión extranjera, sin importar que todo ello signifique perder derechos y hasta la soberanía de cada nación. Y eso ocurre al mismo tiempo que el imperialismo gringo y sus compañeros de Europa (agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte) sufren una prolongada crisis hegemónica, expresada en el surgimiento de potencias emergentes que prefiguran un mundo multipolar y pluricéntrico; lo que les impulsa a desencadenar conflictos y guerras -reales y virtuales- contra el Sur global que impidan el total destronamiento de lo que se ha denominado Occidente hasta el tiempo presente.

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