Rafael García

Siempre hemos oído hablar de la “Espada de Damocles”, para denotar situaciones de riesgo ante decisiones de común circunstancia que deben tomarse. Empero, poco se sabe de dónde se origina esta leyenda.
Aparentemente, todo es una tabla rasurada que creó Cicerón en Roma, ya cuando se había apartado de la actividad política y dio paso a su vida campestre en la zona de Tusculo. Allí nacerían sus reflexiones que en el mundo se conoce como las “Disputaciones Tusculanas” de Cicerón, escritas por éste dos anós antes de morir a manos de un sicario enviado por Marco Antonio.
En este trabajo conformado por cinco libros de análisis de temas sobre la muerte, la vida, los valores, el perdón entre otros temas; Cicerón dejó para la historia sus disertaciones sobre la vida del tirano emperador Dionicio I, quien hizo gala de esa vida desprendida y llena de lujuria y excesos propias de la grandeza del poder político que doblegaba e imperaba por encima de una vida normal, cotidiana y de necesidades del común de la gente.
Dionicio I, dio origen en su mandato a lo que hoy conocemos como escoltas; ya que fingió la necesidad de estos mediante un supuesto atentado en su contra, lo que le valió que se le autorizara más de 500 guardias para su cuidado personal. Tenía una personalidad arrogante y poco humilde, rodeado de lujos y grandes fiestas y alabanzas. Toda una corte llena de aduladores y jalamecates.
Ante esta situación, Cicerón creo en su mente la leyenda de Damocles, quien era un cortesano defensor a ultranza de la obra de gobierno de Dionicio I, con quien llegó a intimar dado ese nivel de arrastrado común en muchos actores actuales en la política venezolana.
El caso es que esta leyenda demuestra lo que se puede lograr estando a ese nivel, no importando valores ni moral; (cualquier parecido con la realidad actual, es mera coincidencia), de suerte que Damocles por estar tan cerca del dictador villano, pues gozaba de manera indirecta de estos privilegios. Cuenta Cicerón, que un día Dionicio I, le propone a Damocles que por un día asuma el poder que él tenía como tirano romano, a lo cual aceptó muy alegremente; siendo que se sentó en el trono del emperador y comenzó a recibir el trato de tal, siendo servido por los esclavos y demás cortesanos del dictador; todo iba muy bien, hasta que se le ocurrió mirar al cielo para dar gracias al Dios Marte por aquella experiencia, producto de sus afectos con el dictador, y al hacerlo, vio que del techo colgaba una espada que apenas estaba sujeta por una crin corta de cabello y que se balanceaba sobre su cabeza al paso del viento; razón por la que Damocles ya no quería estar sentado allí por más poder que esto significara porque al caer la espada, pues sencillamente rodaría su cabeza, pidiéndole al emperador muy suspicazmente que su experiencia estaba saciada y que lo agradecía muy solemnemente aquel gesto.
Pero como Dionicio I era tan desconfiado no lo autorizo a retirarse del trono para que este sintiera lo que significa también tener el poder. Por eso temía de todos y de todos se protegía.
Con esta leyenda interesante por demás, Cicerón siendo de la escuela filosófica de los estoicos, propugnaba gobiernos basados en la República y sin excesos de sus funcionarios, esto haría una Roma más libre de la corrrupcion.
Cuantos Damocles han surgido durante estos últimos 20 años de gobierno; a cuantos cortesanos hemos visto elevar vítores y aplausos por quienes están en el poder sin importar esa opulencia con la que se muestran y que siguiendo los pasos de Dionicio I, andan ful de escoltas y hacen gala de la dolce vita en excesos de fiestas, ropa y ahora modernamente la flayerspolitik, para recordar a aquel movimiento francés de la real politik.
Hoy en día, el desfile de aduladores los coloca como gerentes y garantes de la gestión pública nacional, regional y municipal. Vemos sin desparpajo como quienes sin tener un ápice de hoja curricular, y más aún de estar relacionados con el cargo que se desempeña, pues son los llamados a sentarse en el trono bajo la presión de esa espada que domina sus miedos y en la que algunos han sido sacrificados en beneficio de todos.
Es una espada de Damocles que se ha hecho llamar “mano de hierro”, con la que se le recuerda a estos cortesanos institucionales, su deber de sumisión y no de conocimientos. Son los que se han encargado de destruir las estructuras normales del poder y han roto la tripartición republicana que hace independiente al Poder Público Nacional, donde pueda garantizarse el verdadero Estado de Derecho, el cual ha sido soslayado por el de una Justicia acomodaticia y sesgada de acuerdo a las circunstancias para favorecer a Dionicio I y su corte. Concluye Cicerón plasmando la esencia del valor de la unidad para salvar a Roma. Ojalá esos destellos de luz política fuese analizada por quienes hoy tienen la direccion y decisión del poder.

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