Con la fe, hemos construido el Mundo. Pareciera un concepto bíblico o religioso, empero, sin ella no hemos podido mirar más allá sin esa visión que implica el empeño de lograrlo. Es una fuerza interna que traspasa lo sensorial y motiva la superación y las energías de lo bueno y equitativo.
Tener fe, es una seguridad absoluta y definitiva de estar bien con Dios, de la manera como lo queramos ver a través de cada una de nuestras creencias.
Esa fe, motiva y como dice el pasaje bíblico, “mueve montañas”.
Con ella, se ha servido el hombre para crear el poder y lograr convencer a las masas que todo pasa por que ese es el orden estatuido. Sin embargo, en el tiempo, ese mismo hombre ha avizorado sus dilemas y ha logrado producir cambios dentro de esa cultura que dogmatiza al concepto para reutilizarlo, ya no como herramienta del poder, sino para transformarlo.
La profundidad con que cada uno vierta esa energía en las tareas propuestas, tiene una carga de fe.
De igual manera, se crea el conflicto existencial que diría Ortega y Gasset, cuando desaparece la fe en el hombre. Ese momento en que la realidad se hace dura y no tiene devolución. El dilema de la vida y la muerte, tiene su mayor vigencia en este aspecto. Empero, igualmente vivir situaciones de angustia y sosobra, generan un caldo de cultivo para la aparición de estos espacios de falta de fe.
Hoy en día, el hombre está sometido constantemente al asedio del mal y su acercamiento a la soledad que implica la destrucción de la fe. La cotidianeidad de nuestras redes sociales, esparcen su utopía de lo real, y Tomas de Aquino quizás ni siquiera imaginó la perversidad del metaverso.
Esta mixtura en la que el daño psicológico y sustancial lleva a nuestra sociedad a tomar decisiones como atravesar caminos, selvas y ríos profundos en pos de esa quimera de vivir mejor, tiene una carga inspirada por la lucha contra la fe. De hecho, el poder político pareciera conspirar a favor de estas movilizaciones de personas más allá de fronteras que antes parecían imposibles.
Y digo esto, porque lo vivimos en nuestro país, como un contraste de ideas, pero que no tienen diálogo ante un gobierno que se desentendió del clamor de la gente que implora una pequeña luz para tener esa fe en el país.
No es fácil para quien no tiene trabajo pero si familia que mantener, o que de igual manera teniéndolo, pues no le alcance para nada. Tampoco es fácil para esa masa de jóvenes estudiantes de bachillerato y universidad, que al mirar hacia delante, solo ven las sombras de la falta de oportunidades y de una vida normal y tranquila. Eso que llaman calidad de vida está negado en nuestro país para la gran mayoría de venezolanos, que a diario entre la falta de dinero y una economía dolarizada, ve y siente la falta de asistencia alimentaria y de salud; mientras que en otros países incluso más pobres que el nuestro, han logrado un mejor vivir sin esa sombra que rompe y termina con la fe.

Rafael García González

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