Homar Garcés
En medio de lo que es un modelo civilizatorio hiperindustrializado, depredador de inmensos recursos naturales que no podrán renovarse a corto ni a mediano plazo, dominado, además, por una economía de mercado salvaje y grandes Estados e instituciones que, en apariencia, debieran garantizarle a todos los ciudadanos la seguridad y la libertad a que tienen derecho, pero que, en realidad, no pasan de ser los sustentadores de regímenes de dominación y de explotación en favor de algunas minorías privilegiadas; no es paradójico hallarse frente a individuos (individualizados e individualistas), que prefieren adherirse al orden establecido, mostrándose apáticos y conformistas antes que rebeldes y contrarios al mismo. Para este tipo de seres, la crisis que corroe tal modelo civilizatorio no existe, creyendo que todo lo que sucede es algo transitorio, a pesar que sus síntomas se hallan a la vista: la organización político-económica liberal-capitalista que rigió a la mayoría de las naciones luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio del siglo XXI no halla soluciones oportunas e inmediatas a las contradicciones y problemas que agobian a todos los países; la abundancia infinita de recursos materiales que se creyó infinita durante el auge de la Revolución Industrial comienza a percibirse como algo imposible, así como sus efectos negativos sobre la naturaleza en todos los ordenes; y la verdadera naturaleza del trabajo asalariado tiene rasgos de esclavitud, en algunos casos, de manera abierta. Lo cierto es que, desde mucho tiempo atrás, tal modelo ha perdido credibilidad y fuerza. A pesar de ello, sería poco serio afirmar que sus estructuras están demolidas y se asoma un nuevo modelo civilizatorio en su lugar.
Por ello, en el periodo comprendido entre finales del siglo XX y las décadas iniciales del presente siglo, muchos teóricos y luchadores sociales y políticos revolucionarios se inclinan por la puesta en práctica de proyectos de transformación estructural basados en la historia de luchas de resistencia de los pueblos originarios (así como de las comunidades campesinas y afrodescendientes) y sus lazos tradicionales de ayuda mutua. Otros, manteniendo cierto cuestionamiento al orden imperante, plantean que sólo deben aprobarse algunas regulaciones que permitan mejorar las dinámicas políticas y económicas o conseguir una mejor redistribución de la riqueza y más participación ciudadana, pero sin afectar su esencia oligárquica. Para éstos, no habría más opción que seguir la trayectoria de evolución y progreso de las sociedades europeas occidentales, por lo que cualquier novedad revolucionaria de estirpe socialista o comunista no tiene cabida. En ambas situaciones, aflora la necesidad de introducir cambios, unos más radicales que otros, en el sistema actual. Se podrá aseverar que estos planteamientos tienen lugar en momentos de guerra y represión alrededor de todo el planeta, pero cada uno de ellos responde, en grados mayores o menores, a la urgencia que comenzó a arropar al sistema imperante ante el retroceso que muchos anticipan en materia de soberanía, derechos humanos y vida en un amplio y variado sentido.
El logro de una mejora de las condiciones de vida y la satisfacción diaria de las necesidades materiales básicas de la población han sido siempre el motor de toda revuelta social a lo largo de la historia. Ahora con el agregado de una toma de conciencia respecto a la fragilidad del equilibrio ecológico que sustenta nuestra vida y que se ve seriamente amenazado de desaparecer gracias al extractivismo y a la producción indiscriminada de desechos tóxicos. Si a esto sumamos la defensa de las culturas autóctonas y de la propiedad ancestral de territorios ocupados por comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas frente a la voracidad de grandes corporaciones transnacionales, se tendrá una propuesta revolucionaria de amplio espectro, quizá la más radical de todas las dadas a conocer en los últimos doscientos años. La crisis multidimensional actual exige, por tanto, un programa de transformación estructural que no se limite únicamente a los ámbitos económico y político sino que abarque la totalidad de lo que comprende el modelo de civilización vigente, de un modo profundo y no meramente superficial; obligándonos a pensar y a actuar como comunidad organizada y no como parcialidades, separados por ideologías, prejuicios, nacionalismos e intereses enfrentados.
Las malas políticas atribuidas a unos malos políticos, lo que se ha traducido en el progresivo desmantelamiento del Estado de bienestar que están sufriendo muchos pueblos, es consecuencia directa de la lógica inherente al sistema capitalista, guiada por la competitividad y el afán desmedido de ganancias. Esto hace que surjan dirigentes «anti-élites», en lo que se ha denominado la oleada neofascista o posfascista, o también populismo de extrema derecha, lo cual nos obliga a mirar la realidad con un ojo profundamente crítico y a comprender que el proceso de cambios revolucionarios no es una cuestión fácil de conseguir sino que es algo duro y lento que debe asumirse con constancia, disciplina y conciencia de la responsabilidad histórica; permitiendo realizar, en consecuencia, una revolución asentada sobre bases sólidas. Para que todo esto no quede en el marco de una lucha local debe verse como una estrategia global de transición revolucionaria, dado que todos los pueblos se encuentran en confrontación, en mayor o menor medida, a los mismos patrones del Estado y del capital. Simultáneamente, es harto necesario crear nuevas formas de vivir y unas nuevas instituciones, que sean paralelas, rupturistas y autónomas frente a las existentes, aún cuando la Revolución sólo sea el anhelo de unos pocos. Esto requiere generar un debate permanente o cíclico que facilite dilucidar cómo hacer una Revolución integral en la actualidad. Requiere, además, entender que no basta desear un modelo político y social armonicista, cuyo fin sea el equilibrio social estable, si el mismo no cuenta con la participación de una ciudadanía realmente organizada, pluralista y consciente, que sea capaz de realizar un debate de altura, como se dice, con aquellos que manifiestan un punto de vista diferente, de modo que exista la posibilidad de cierta concordia entre todos. Esto es lo ideal. No obstante, hay que estar consciente respecto a que el mundo real tiene algunas reglas, pero esto no significa que deba ser siempre así. La tensión constante entre grupos que quieren dominar y poseer más, y el pueblo, que lo único que desea es no ser dominado por dichos grupos, es parte intrínseca de la vida humana; lo que coloca en la mesa la necesidad de crear legislaciones que la minimicen y regulan, conformando un clima mejor equilibrado, al ser acatadas por cada uno de estos factores (lo que no ha sucedido, por ejemplo, de una manera general, en Venezuela, con los sectores de oposición, desde que entrara en vigencia su actual Constitución).
La elaboración de un proyecto colectivo revolucionario en la actualidad tendrá que ser, forzosamente, el producto de un compendio armonizado de algunas experiencias y propuestas enraizadas en la tradición histórica de nuestros pueblos y otras que, provenientes de otras latitudes, épocas y origen, las complementen, en tanto todas coincidan en el igual objetivo de transformación estructural del sistema vigente. No se podrán ignorar, además, las complejidades sociales e históricas que han caracterizado la constitución de nuestros pueblos y países, muchas de las cuales han sido invisibilizadas por la ideología dominante, logrando que los sectores populares no se interesen en conocer su pasado ni tengan orgullo alguno respecto al mismo. Su implementación no debe verse, no obstante, con criterios economicistas y evolucionistas, como tampoco convertirla en una doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles que termine por coartar la libertad de propios y extraños. Todo ello representa llevar a cabo una revolución ideológica y cultural, raizal y constante, que tenga por protagonista al pueblo organizado y consciente de la tarea histórica que le correspondería asumir para el logro de sus propias aspiraciones.

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