De casi analfabeta, humilde, rustico e inculto, a un lancero músico, compositor, cantante, héroe y Presidente. “EN CONMEMORACIÓN AL 231 AÑOS DE SU NATALICIO”


Aquel muchacho humilde, descalzo que corrió y creció en una casa situada a orillas del rio Curpa, cerca del pueblo de Acarigua, el 13 de junio de 1790, que de adolescente se hizo peón de hacienda y más tarde comerciante de ganado, eso a su vez lo llevó a introducirse en la milicia, montoneras de la época, de la mano de su mentor y antiguo patrono Don Manuel Antonio Pulido. Apretó tanto la esencia del sueño guerrero, que logró transformarse en un político de altura, un gran músico y compositor, si el mismo del “Vuelvan Caras”. A la edad de 27 años, cuando conoció a Bolívar en el hato apureño “Cañafistola” durante los primeros días de enero de 1818, era sencillo y vulgar, andaba sin camisa calzando alpargatas, un muchacho del tipo rústico, inculto, de vocabulario limitado y escasos modales. -Casi un salvaje- dirían algunos. Un escrito de un miembro de la Legión Británica que pelea por la república entre 1816 y 1820, asegura: ¨Páez no sabía leer ni escribir, y hasta que los ingleses llegaron a los llanos no conocía el uso del cuchillo y del tenedor, tan tosca y falta de cultura había sido su vida anterior¨. No obstante, según relata en su autobiografía a los ocho años de edad su madre lo envió a la escuela de Gregoria Díaz ubicada en el caserío de Guama. La señora lo enseño a leer de manera precaria y se enfocó en explicar la doctrina cristiana que -a fuerza de azotes obligaba aprender de memoria a los muchachos. – Al contrario de lo que mucha gente piensa, el general Páez fue hombre estudioso y bastante educado. A pesar de la gran desventaja que representó su falta de preparación, fue puliendo e instruyéndose en asuntos de letras y números de manera constante, hasta el punto que cuando el Libertador lo nombró General en Jefe, después de la hazaña increíble en los campos de Carabobo en 1821, no hizo mal papel entre los generales cultos, ricachones y de alcurnia. Pocos imaginan que para 1873, cuando falleció a la edad de 82 años en la ciudad de Nueva York, era escritor, aficionado al teatro, poliglota, experto en botánica y músico talentoso. Después de 1830 dedicó incontables horas al estudio con el fin de enriquecer la mente. Se convirtió en ávido lector, engrosando su léxico y conocimientos sobre temas como geografía mundial e historia universal, también fue amante de las artes. Escribió una autobiografía que hoy es testimonio histórico invaluable sobre los primeros 50 años de nuestra vida republicana; aprendió a hablar inglés y francés; fue alumno de Agustín Codazzi, quien le enseño lo suficiente de botánica para crear un tipo de rosal cuya flor conserva el nombre de “Rosa Páez”. En su casa de Valencia fundó lo que fue quizás el primer grupo de teatro de esa ciudad. Inaugurándolo con una función de la tragedia “Otelo” escrita por el dramaturgo británico William Shakespeare, siendo él mismo uno de los actores principales junto a Miguel Peña y Carlos Soublette, entre otros. Durante los años de madurez como político y los últimos días de su vida pudo dedicar tiempo a su verdadera pasión, la música. Aprendió teoría y solfeo, armonía, formas y estilos musicales, se le quitó el miedo a cantar y aprendió a tocar violín, violoncello y piano, abandonando las maracas que solía menear en los saraos al son de arpa y cuatro bajo el manto estrellado de las noches llaneras. Lo cierto es que durante sus ratos de soledad en la vida de campaña se enamoró del sonido del violín y aprendió a tocar primeras notas. Gustaba que sus llaneros cantaran el “Canto de las sabanas”, una melodía patriótica originada de la vieja “Carmañola Americana” compuesta en los tiempos de Gual y España, mientras él acompañaba el ritmo de sus voces con aquel instrumento. Durante los años palaciegos en su residencia caraqueña, La Viñeta, se le podía ver interpretando piezas clásicas en solos de violín o tocando el piano, cantando a dueto una ópera italiana junto a su querida Barbarita Nieves. Compuso varias piezas musicales de su autoría. En el Museo Histórico Nacional de Argentina en Buenos Aires aún se puede ver un cancionero de obras inéditas de su autoría en el cual figuran algunos fandangos, o joropos con múltiples voces y más de dos arpas. Es una versión a la cual se ha acudido con frecuencia, sin advertir que seguramente exagera, pero sirve para comprobar cómo el personaje, gracias a lo que aprende del entorno, no solo en materia de batallas sino también de las convenciones del trato social; a lo que recibe de personas extrañas que se vuelven rutinarias, de sujetos insólitos que se hacen familiares, deja de ser lo que fue para convertirse en una posibilidad de petimetre republicano, en un esbozo del hombre de estado que llegará a ser. La compilación del sencillo pero importante aporte musical de este gran prócer y político venezolano, el General José Antonio Páez, ha sido orquestado por los maestros Juan de Dios López Maya y Alfredo Tinoco, y ejecutada por la gran Orquesta Sinfónica de Venezuela bajo la batuta del maestro Alfredo Rugeles, cantado por el talentoso tenor lírico Víctor López. Quién pudiera imaginar hasta donde hubiera podido llegar un hombre de esa talla si en su juventud hubiera tenido la oportunidad de estudiar tanto artes militares como teoría musical. “Vuelvan caras carajo”.

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