Eclipsar la severa crisis social que padece Venezuela y guardar silencio ante las causas que generan el resquebrajamiento de los principios y valores que nos integran como nación es totalmente inaceptable.

Se observa con estupor como se limitó a un simple cotilleo, cargado de vana sorpresa, el hecho que una ciudadana pusiera a la venta un riñón en Marketplace.

Primeramente, hay que enfatizar que no es un caso aislado ni reciente. El programa de trasplantes de órganos dejó de funcionar, formalmente, en 2017 y miles de venezolanos padecen diariamente el calvario de tener una enfermedad y no poder acceder a ciertos medicamentos y opciones de tratamiento.

Cabe recordar, que el déficit en medicamentos oscila entre 80 % y 90 %, la mitad de los hospitales se encuentran inoperativos, el personal médico de los centros asistenciales, que proveen 90 % de los servicios de salud, se ha reducido en 50 %, según varios informes.

No podemos olvidar que la desigualdad social, potencializada por el régimen bolivariano, es la principal causa de este flagelo. Aún cuando algunos se adormezcan ante una falsa prosperidad y el efecto burbuja de los bodegones o de una hamburguesa por un dólar (amodorramiento y embrutecimiento de las masas) alegre a más de un alelado la realidad es que cada día nos hundimos vertiginosamente en la miseria.

Nunca tendremos datos confiables sobre el tráfico ilegal de órganos en Venezuela, por eso es ilegal, pero si debemos, ante todo, dejar de normalizar nuestras escorias e hipocresías como conglomerado social y entregarnos a plenitud para recuperar la república que un día tuvimos.

El tráfico de órganos que infiltró a nuestro país es reflejo de la carencia de aptitudes, incremento de penurias y auge de resignación que impregnó a nuestra sociedad.

Aldo Rojas.

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